La pesadilla de Potosí
El pequeño ‘milagro’ de la economía latinoamericana parece brotar de una pesadilla. La exportación de recursos naturales es lo único que el hemisferio ofrece en una ecuación rentable a corto plazo y peligrosa a largo. Por Paco Gómez Nadal El Cerro Rico, en la actual boliviana Potosí, está seco. Explotado hasta el extremo con la sangre indígena que la mitad colonial impuso entre los siglos XVI y XVIII, los 2.000 millones de onzas de plata que arrancaron los esclavos a la tierra no dejaron riqueza. Solo una pesadilla permanente que, ahora, parece revivir con el boom de los precios de las materias primas y el irrefrenable apetito de China o India. Los analistas de Estados Unidos y Europa, ahora, en 2011, se muestran maravillados ante el crecimiento vigoroso de las economías del hemisferio –exceptuando las regiones de Centroamérica y El Caribe-. “Latinoamérica es, junto al este asiático, el continente de mayor atractivo para los inversionistas”, proclama el representante del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en México, Ellis J. Juan. “América Latina ha cerrado un brillante ejercicio [el de 2010] marcado por la extraordinaria recuperación económica”, espeta el economista español Jonás Fernández en el portal Infolatam. El viejo político Enrique Iglesias, ahora secretario general iberoamericano, asegura que la región es una “potencia económica que es parte de la solución a la crisis [económica] actual”. ¿En qué se basa esta euforia? ¿Qué tan sólidos son los cimientos de la Década del Desarrollo que vaticinan los pitonisos de la economía global? Parece un consenso que la economía latinoamericana creció un 6% en 2010 y que a pesar de que 2011 no será tan bueno la media de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) estará por el 4,2%. Así lo certifica la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y así lo repiten los corifeos de los mercados. Se olvidan de que detrás de estas cifras siempre viene el “pero”. Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de CEPAL, señalaba a principio de año su alegría por tan buenas cifras económicas, pero advertía a renglón seguido que siguen abiertas las brechas en materia de desigualdad, gasto social, inversión para el desarrollo, sistema tributario o productividad. El peroparece engordarse. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) hizo público un estudio en febrero de 2011 en el que prende las alarmas: en el continente no existe clase media, si acaso, un sector medio que vive “en riesgo de caer en la pobreza porque muchos trabajan en el sector informal, no aportan a las pensiones o contribuyen muy poco y por periodos cortos”. Es decir: los problemas son los mismos que hace décadas a pesar de los mágicos fenómenos económicos de Chile, Argentina, México o Brasil. ¿Qué está fallando? Adiós a las manufacturas El estupendo crecimiento del 6% en el papel (las dudas sobre la fiabilidad del PIB como indicador son muchas) se basa, especialmente, en la exportación de materias primas: petróleo, soja, café, cobre, hierro o pescado, entre otros, y en la brutal demanda que China e India tienen de estos productos. Solo en 2010 las exportaciones de la región crecieron un 29%, concentradas en las materias primas que han vivido un aumento de precios entre 2001 y 2009 sin precedentes. A este fenómeno los expertos le llaman “reprimarización”, es decir, una vuelta al pasado colonial en el que las economías nacionales priman la explotación de los recursos naturales y descuidan el sector manufacturero, la industria o la inversión en ciencia y tecnología. Claudio Katz, profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en las áreas de Economía, Filosofía y Sociología e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina, avisa que la autopista del crecimiento económico está pavimentada de peligros: “Si el perfil comercial de América Latina con China repite el perfil tradicional que tuvimos con Europa en el siglo XIX y con Estados Unidos en el siglo XX, vamos a ser proveedores de materias primas sin elaborar, y al cabo de un periodo nos vamos a quedar con poca minería, con poca agua, con pocos recursos petroleros y alimenticios, y sin ningún grado de desarrollo industrial, entonces, ojo con este problema. El efecto final de esto es poco empleo, precariedad laboral, mayor desigualdad social y obstáculos en la industrialización”. Algunos países ya están sintiendo el efecto negativo. Brasil, ha incrementado de forma radical su relación comercial con China: pasó de exportar 1.000 millones de dólares en el año 2000, a los 30.785 millones de 2010, un 46% más que en 2009 cuando China se convirtió en su principal socio por encima de Estados Unidos. Pero Brasil exporta básicamente soja, petróleo y hierro. Sin embargo, China ha pasado de venderle a Brasil 1.200 millones de dólares en el año 2000 a 25.593 en 2010, pero en productos manufacturados. La nueva presidente Dilma Rousseff, a pesar de las protestas de China (el principal inversor extranjero en ese país), está estudiando volver a recurrir a los aranceles para proteger a la industria nacional y no seguir desangrando a la clase media profesional brasileña. Proteccionismo necesario Si Rousseff hace eso –retomar políticas proteccionistas- estará haciendo caso al experto Alejandro Nadal, de El Colegio de México y columnista de La Jornada, quien considera que “la ‘reprimarización’ es consecuencia directa de un modelo de política macroeconómica que tiene por objeto transferir recursos de la economía real a la economía financiera”. Según Nadal, se trata de la cosecha que deja la aplicación del llamado Modelo de Economía Abierta (MECA) impuesto en Latinoamérica y el Caribe que promovió la apertura comercial sin límites, la liberalización financiera, la desregulación bancaria, una política fiscal que primaba el superavit primario para manejar la deuda pública y una política monetaria que sólo buscaba la estabilidad de precios. Como bien explica el reconocido economista surcoreano Ha-Joon Chang en su libro ¿Qué fue del buen samaritano?, “los países ricos les proponen a los países pobres que sigan la senda más ortodoxa del libre mercado en una particular relectura de sus propias historias, ya que ellos llegaron al desarrollo a través de economías mixtas y con políticas proteccionistas”. El modelo MECA supuso, según Chang, la “retirada de la escalera” hacia el verdadero desarrollo sostenido a los países pobres. Hasta el periodista Andrés Oppenheimer, nada sospechoso de ser revolucionario, insiste: “en lugar de diversificar sus exportaciones y de producir artículos cada vez más sofisticados, la mayoría de países de la región está exportando materias primas como en la época de la colonia”. El modelo MECA y la dependencia excesiva de las exportaciones de materia prima dejan a las economías latinoamericanas a expensas de los volubles precios internacionales y de los caprichos de unos compradores que sólo buscan el mejor precio de unos productos sin valor agregado. La pesadilla reiterativa camuflada con cifras de crecimiento económico. En 2010, el mismo año alabado por los analistas económicos, la OCDE denunció que 39 millones de latinoamericanos y caribeños habían entrado a engrosar las listas de la pobreza. Potosí no ha cerrado sus puertas.
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